viernes, 21 de junio de 2013

Parking (Parte I)

Como cada mañana, cruzó el umbral, se dio media vuelta e introdujo la llave en la cerradura. Ajustó la puerta en el marco y dio dos vueltas para que su casa quedara sellada. Encaminó sus pasos hacia el ascensor, con sosiego en el andar y altanería en los movimientos de su cuerpo. Presagiaba que el día iba a salir bien. Pulsó el botón de llamada y esperó pacientemente hasta que el alargado vidrio del centro de la puerta del ascensor se fuera iluminando desde abajo hacia arriba. Entró y pulsó el botón correspondiente a la segunda planta del parking. 
Durante el trayecto de descenso, repasó mentalmente sus planes para ese día. El trabajo que el día anterior había quedado a medias, el par de llamadas que tenía que hacer, la comida con su amiga, la reunión de primera hora de la tarde, la cita a la salida del trabajo. El ascensor se detuvo bruscamente y las puertas interiores le dijeron que ya podía salir. Abrió la puerta y cruzó el pasillo hasta el cortafuegos que daba acceso a la zona de aparcamiento. 
Sus pasos resonaban en aquel silencio eléctrico, mutilado por los cebadores de los fluorescentes que no paraban de crujir. La iluminación era sobria, debido a que alguna de las lámparas había agotado su ciclo y titilaba agonizante. 
Levantó la mirada y vio su coche justo enfrente. A escasos metros. 
De golpe, se hizo oscuridad. 
La luz desapareció y la negrura invadió el espacio por completo. Una noche negra y espesa como un túnel sin salida, como un pozo taponado, como estar en el medio del vacío más absoluto. No veía nada. No oía nada. Negro y silencio. 
Levantó la vista y buscó las luces de emergencia, pero tampoco funcionaban. 
Respiró hondo e intentó calmarse. No había problema, tenía el coche justo enfrente. Era lo último que había visto antes de que se fuera la luz. Sólo tenía que seguir recto y lo encontraría. Se decidió a dar un paso y eso  tranquilizó sus nervios un poco.
Avanzó y avanzó entre la densa oscuridad. Lo hacía con cautela, con paso lento y cuidadoso, pensando que en cualquier momento iba a darse en las rodillas con el frontal de su coche. Los brazos extendidos hacia delante, buscando el vehículo o cualquier objeto o columna con los que pudiera topar. Podía hacerse daño, así que tenía que ir con calma y cuidado. 
Los segundos pasaron y se convirtieron en minutos, los pasos se multiplicaron y la distancia se hacía extrañamente lejana. Las manos tanteaban el espacio en busca que un objetivo que no se materializaba, de un coche que ya debería estar ahí. 
De repente, sus dedos tocaron algo rugoso y frío. Se separó con sobrecogimiento en el cuerpo. Respiró un momento y volvió a levantar las manos para palpar. Pronto se dio cuenta. Era la pared. 
El coche no estaba ahí. 
No podía ser. Estaba. Sabía que tenía que estar. Había seguido una línea recta. Seguro. Segurísimo. Una línea recta. No había desviado el paso, ni había girado, ni torcido, ni trazado diagonal alguna. 
¿O quizá sí? 
¿Y si se había desviado? ¿Hacia donde? ¿Hacia la derecha? ¿Se había despistado? ¿Pensando en algo? ¿En qué? ¿La izquierda? ¿Pero cómo podía haberse desorientado? 
Sopesó avanzar palpando hacia un lado, pero no tenía claro cual. El coche tenía que estar cerca. O el del vecino. Eso es. Alguno tenía que estar cerca. Avanzó hacia la izquierda con sensación sucia en las manos. Caminó y caminó, pero seguía sin encontrar nada. 
Se detuvo. Aquello no podía ser. 
¿Y si estaba caminando sin sentido? ¿Y si estaba en una zona de paso y no entre las plazas de parking? No podía seguir a tientas. Llevaba mucho rato así. Y la luz que seguía sin volver. 
Se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y buscó el móvil. Lo usaría como improvisada linterna. Esa era una buena idea. 
Pulsó un botón para iluminar la pantalla y lo desbloqueó para que estuviera encendido más rato. Por fin un poco de luz. Levantó el móvil para iluminar el lugar donde se hallaba y en ese momento, algo pasó a su lado, tan rápido como una exhalación, con tanta fuerza y fiereza que el móvil salió despedido y cayó al suelo varios pasos más allá. 
Su cuerpo se estremeció de tal modo que podría haberse congelado espontáneamente. 
Gritó y preguntó quién estaba ahí, pero no obtuvo respuesta. El silencio agrietó el eco de su voz y penetró de nuevo, como un fluido en el espacio circundante. 
Nada se movió. 
Nadie contestó. 
Intentó calmarse de nuevo. Quizá había sido una corriente de aire que, unida a sus nervios, le había asustado y convertido en alguien patoso.  
Sí, tenía que ser eso. Una corriente, idiota. 
Pero, ¿De donde? No había ventanas ni puertas abiertas.
Tenía que recuperar el control. 
Lentamente, se agachó y de cuclillas, palpó el suelo en busca de su móvil. Dirigió su avance hacia donde lo había oído caer, dando a sus movimientos el balanceo de un detector de metales.
De repente, lo oyó. 
Alguien o algo, estaba apartando su móvil lejos de su alcance. 
Ahora tenía la total seguridad. 
No estaba sola.

martes, 4 de junio de 2013

Per... fecciones

Depende de cuales sean las circunstancias de tu vida, levantarte por la mañana y planificarte el día puede ser harto complicado. Bueno, quizá complicado no, pero sí absurdamente estéril. Cuando nos planificamos el día, se nos olvida tener en cuenta factores caprichosamente influyentes como el tiempo, las posibilidades, las voluntades de los demás y sobre todo,  las ganas de uno mismo. 
Sentado ante el ordenador me doy cuenta muchas veces que la mañana se destila de manera implacable, que  cabizbaja bucea entre mis anhelos y mis temores y se abalanza sobre mi como un gato furibundo. Son esos días en que los objetivos imaginados se aplanan como el papel y se convierten en objetivos realistas que muchas veces se posponen. Tan claros y lacerantes como una espina de pescado entre los dientes. Se convierten en esas ocasiones en las que pasan las horas y te abruma la amarga sensación que provoca la insatisfacción. 
Hay circunstancias en la vida en que el tiempo es ese laxo capricho que se banaliza y se adormece y que, cuando se despierta sobresaltado, se siente perdido. 
Posponer debería catalogarse como sinónimo de Perder y emparentado con Perfección. Perder y Perfección, que empiezan igual, son palabras parejas que muchas veces caminan cogidas de la mano y se dan el lote cuando nadie las ve, escondidas entre los matorrales de los parques, en las lindes de los bosques o en las riberas de los ríos.
De las peores características que puede tener tu forma de ser es que vayas por ahí siendo un adicto a la perfección, porque entonces te pasas la mitad de tu tiempo perdiendo momentos como resultado de posponerlos. Amar la perfección es un rasgo afín al temor y cuanto más temor se tiene, menos se avanza. 
¿Existe el miedo a la perfección? Sí, pero quizá a pretender que todo lo sea constantemente. El deseo de perfección lleva a la autoexigencia, la autoexigencia al estress, el estress a la ansiedad y la ansiedad al caos. 
Uno tiene que entender que no todo siempre a a salir bien ni a la primera, puede que ni siquiera a la segunda y debemos aceptar que exista una tercera. Uno tiene que entender que el tiempo se va y que las ocasiones   se hacen vaho. 
Aceptar que existe un factor de riesgo que es inherente a la realidad humana, al hecho de hacer y no dejar de hacer. Ese factor de riesgo que no viene por pensar en peligro sino por pensar en arriesgar. 
Muchas veces me encuentro con ideas que volatilizan por mi mente, que anidan y se escapan como pajarillos migratorios. Hay que madurarlas sí, pero no en exceso porque, como las aves, cuando tienen capacidad de volar no vas a poder retenerlas. 
Tengo un tesoro tras la mirada y una duda entre los dedos. La lucha es constante entre el avanzar y el rumiar, entre el buscar el momento y el dejar que el momento se vaya, entre el redirigir las oportunidades hacia nuevos rumbos y el seguir creyendo que por la calle por la que transito llegarán todas. Sin embargo, todo apunta a que el norte ha cambiado de lugar. 
Paladeo este momento de catarsis con regustos de cambio y deseos de nuevas vistas. Creo que llega el momento de ser actor y asumir el riesgo. El momento de mirar hacia el espacio y conquistar galaxias nuevas. De construir mi patrimonio a base de venturas y desaciertos, de travesías y pantanos, de claves de sol y síncopas posibles, de todo lo que llevo dentro y sé que es bueno. 
El único temor es temer a temer. 
Eso y que no confíes en mi.